Cada generación tiene su propio hundimiento bursátil, que además suele ser la antesala de una recesión global, o a lo peor de una depresión profunda. En el imaginario popular han quedado grabados a fuego el crash de 1929 y el lunes negro de 1987, en los que el veneno de la desconfianza provocó desplomes espectaculares en los mercados y acabó teniendo consecuencias devastadoras sobre el resto de la economía. Hay que conocer la historia para escapar de ella: la semana que culminaron ayer los mercados mundiales es peor incluso que las peores semanas de los meses de octubre de 1929 y 1987. En algunos aspectos, peor que ningún otro crash, a la espera de que los países más ricos, reunidos en Washington en un G-7 que se adivina clave, encuentren la varita mágica para salir del túnel.
Cada generación tiene su propio hundimiento bursátil, que además suele ser la antesala de una recesión global, o a lo peor de una depresión profunda. En el imaginario popular han quedado grabados a fuego el crash de 1929 y el lunes negro de 1987, en los que el veneno de la desconfianza provocó desplomes espectaculares en los mercados y acabó teniendo consecuencias devastadoras sobre el resto de la economía. Hay que conocer la historia para escapar de ella: la semana que culminaron ayer los mercados mundiales es peor incluso que las peores semanas de los meses de octubre de 1929 y 1987. En algunos aspectos, peor que ningún otro crash, a la espera de que los países más ricos, reunidos en Washington en un G-7 que se adivina clave, encuentren la varita mágica para salir del túnel.
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