Lo más importante en la vida de una chica es su padre, y de la solidez de los lazos que se establezcan entre ambos depende buena parte de la salud emocional de las hijas. Así lo cree la pediatra y consultora familiar Meg Meeker, autora de Padres fuertes, hijas felices (Ciudadela libros), un texto en el que analiza la influencia de la figura paterna y en el que ofrece una serie de consejos tomados de su experiencia clínica para que la relación entre ambos sea la adecuada.
Y el primer aspecto en el que la influencia del padre debe dejarse notar, según Meeker, es en su actitud moral. Lo que progenitor debe tener presente es que si hay algo básico en la educación de una hija es el mantener valores firmes. ”Pero, para que una hija escuche, el padre ha de demostrar integridad. Las hijas observan muy atentamente a sus padres. Si la miente, la hija lo sabe. Si es un hipócrita o se dedica a engañar, la hija no le respetará. De modo que si el padre quiere tener influencia real y pretende ayudarla a crecer por un camino saludable, debe contar con valores morales claros y vivir según ellos. Lo que es difícil, pero se puede hacer. Para poder exigir honestidad, lo primero es mostrarlo en la propia persona. Si quiere que su hija sea una mujer valerosa, él debe dar ejemplo…”.
Además, debe ser una referencia permanente acerca de lo que está bien y de lo que no lo está. Así, el padre debe mostrarse firme en sus límites. Por ejemplo, no debe permitirla beber o tener relaciones sexuales mientras es adolescente, aunque eso suponga ser tachado de autoritario. “Muchos padres hoy, al menos en EEUU, caen en el error de ser demasiado permisivos. Un padre debe ser protector y enseñar a su hija a no beber, a no tomar drogas y a no tener relaciones sexuales, y lo puede hacer de un modo cariñoso y firme. Su trabajo consiste en ayudarla a permanecer lejos de esas cosas mientras crece, y más cuando vive en una cultura que está tratando de convencerla de que esas cosas son cool. Se debe ser firme en estos asuntos, pero hay que aprender a contrapesar la rigidez con la ternura y el afecto. Si lo hace así, se ganará a su hija. El padre debe dejar claro que es el aliado de su hija, no su enemigo”.
Máxime cuando el rol paternal es más importante para una mujer que para un varón. Según Meeker, “desde su nacimiento, las hijas sienten una adoración natural por el padre. Lo ven como un héroe, poderoso, listo y protector. Y puesto que la hija necesita el amor de su progenitor, hará cualquier cosa, hasta la adolescencia, para llamar su atención y conseguir su afecto. De manera que un sano desarrollo de su sexualidad depende en gran medida de la relación con su padre. La masculinidad de éste la ayudará a definir y a clarificar su feminidad”.
En todo caso, hay expertos que aseguran que el papel de los padres en la educación de sus hijas decrece en un entorno en el que los medios de comunicación, y especialmente los audiovisuales, promueven actitudes y comportamientos que van en dirección contraria a lo que se las enseña en casa. Por eso, asegura Meeker, si se quiere proteger a una hija, “se debe limitar el uso de la televisión, de los vídeojuegos y de ciertas clases de música. Los padres deben conocer por sí mismos los programas que siguen sus hijos y la música que escuchan. Y si los encuentran perjudiciales, han de decírselo y explicarles las razones por las cuales se los prohíben. Muchos padres temen que sus hijas se rebelen si actúan de esta manera, pero lo cierto es que no ocurrirá así; más al contrario, se rebelarán si se las deja ver programas que contienen sexo y violencia. Hay que tener en cuenta que las hijas se sienten más amadas cuando sus padres les hacen respetar las normas”.
Alerta Meeker, en ese sentido, de algunos peligros de nuevo cuño y ante los que conviene estar vigilantes. Así, asegura la pediatra, lo que empieza en la pantalla de un ordenador puede convertirse en un problema. En consecuencia, los padres han de instar a sus hijas a tener relaciones reales en lugar de las electrónicas. “Cuando están cara a cara, las chicas hablan con más respeto. Además, se encuentran en una atmósfera que les da más confianza porque pueden ver la expresión facial de las personas con las que hablan y pueden oír su tono de voz. Cuando se envían correos electrónicos o cuando chatean, por el contrario, las chicas pueden sentir un falso confort, modificando así su comportamiento habitual hasta el punto de hacerse pasar por quienes no son. Una chica que sea tímida puede mostrarse más atrevida y decir cosas que no diría en persona. Muchas adolescentes se comportan de una forma muy seductora o utilizan un lenguaje muy sexualizado en Internet, algo que no harían cara a cara”.
La presión social para crecer rápido
Pero este cambio de roles es también producto de una frecuente presión social para que las niñas crezcan demasiado rápido. “Las empresas de ropa fabrican prendas sexys para niñas que tienen 7 u 8 años. Las chicas de primaria quieren comportarse como adolescentes. Ese ambiente es en el que viven, un entorno que las presiona para que lleven maquillaje desde muy jóvenes, para que sean muy delgadas y para que sean sexualmente activas. Eso es algo que los padres deben rechazar, procurando que, por el contrario, sus hijas se diviertan con juegos apropiados para su edad, que no lleven maquillaje demasiado pronto y que no se vistan con ropas provocadoras siendo niñas. Puede que se molesten, que digan que se las trata como si fueran muy pequeñas. Y es algo que también les ocurre a las quinceañeras, que pueden parecer físicamente muy adultas, pero que en su interior son muy niñas”.
Sin duda, uno de los asuntos que causan mayor inseguridad a los padres a la hora de abordarlo es el de la sexualidad. Éstos, según Meeker, deben mostrarse especialmente vigilantes para que las niñas no comiencen a salir con chicos y a tener vida sexual demasiado pronto. “El cuerpo de una quinceañera no está todavía preparado para el sexo. Su anatomía es muy diferente de la de una mujer de veinte años. Su cuerpo puede ser dañado más fácilmente y tiene mayor riesgo de contraer infecciones. Además, una vez que esté preparada para mantener relaciones sexuales, si se quiere gozar de equilibrio emocional, cuantos menos compañeros se tengan, mejor. Uno es el ideal”.
Según Meeker, no debemos menospreciar la relación entre las relaciones sexuales frecuentes y las depresiones que sufren los adolescentes. “Hay suficientes evidencias médicas de que la actividad sexual temprana, y especialmente en la adolescencia, eleva en gran medida el riesgo de caer en la depresión. Claro está, no todos los quinceañeros se deprimen porque han sido sexualmente activos y no todos los que lo son se deprimen, pero sí es cierto que el riesgo aumenta. Lo que debe tenerse en cuenta: en EEUU la depresión a esas edades es muy frecuente. Y uno de cada tres quinceañeros ha considerado la idea de suicidarse”.
Para Meeker, resulta imprescindible, para construir lazos sólidos, el diálogo con los hijos, pero más aún si son chicas, ya que éstas dan mayor valor a las palabras. Y es que “las chicas (y las mujeres) se unen a los demás mediante la conversación. Ellas usan más las palabras que los chicos, quienes se relacionan, sobre todo, mientras realizan actividades. En consecuencia, es importante para un padre pasar tiempo conversando con su hija. Los padres deben aprender a ser pacientes, a formularle preguntas y a aprender a escuchar con atención y sin interrumpir. Las chicas se relacionarán mucho mejor con los padres si se siente cómodas hablando con ellos”.
Pero lo esencial, lo que define positivamente la relación, es la calidad de los límites que se impongan. Es cierto, asegura Meeker, que “si los padres son estrictos sin mostrarse cariñosos, alienarán a sus hijos. Muchos padres se equivocan pensando que educan bien por mostrarse firmes y distantes. La verdad, en estos casos, es que muchos de ellos tienen miedo de acercarse emocionalmente a sus hijas. Y no deberían. Más al contrario, si un padre es demasiado firme, y no lo compensa con algo de diversión, de amor y de interés verdadero, se convertirá en alguien opresivo”.
Y el primer aspecto en el que la influencia del padre debe dejarse notar, según Meeker, es en su actitud moral. Lo que progenitor debe tener presente es que si hay algo básico en la educación de una hija es el mantener valores firmes. ”Pero, para que una hija escuche, el padre ha de demostrar integridad. Las hijas observan muy atentamente a sus padres. Si la miente, la hija lo sabe. Si es un hipócrita o se dedica a engañar, la hija no le respetará. De modo que si el padre quiere tener influencia real y pretende ayudarla a crecer por un camino saludable, debe contar con valores morales claros y vivir según ellos. Lo que es difícil, pero se puede hacer. Para poder exigir honestidad, lo primero es mostrarlo en la propia persona. Si quiere que su hija sea una mujer valerosa, él debe dar ejemplo…”.
Además, debe ser una referencia permanente acerca de lo que está bien y de lo que no lo está. Así, el padre debe mostrarse firme en sus límites. Por ejemplo, no debe permitirla beber o tener relaciones sexuales mientras es adolescente, aunque eso suponga ser tachado de autoritario. “Muchos padres hoy, al menos en EEUU, caen en el error de ser demasiado permisivos. Un padre debe ser protector y enseñar a su hija a no beber, a no tomar drogas y a no tener relaciones sexuales, y lo puede hacer de un modo cariñoso y firme. Su trabajo consiste en ayudarla a permanecer lejos de esas cosas mientras crece, y más cuando vive en una cultura que está tratando de convencerla de que esas cosas son cool. Se debe ser firme en estos asuntos, pero hay que aprender a contrapesar la rigidez con la ternura y el afecto. Si lo hace así, se ganará a su hija. El padre debe dejar claro que es el aliado de su hija, no su enemigo”.
Máxime cuando el rol paternal es más importante para una mujer que para un varón. Según Meeker, “desde su nacimiento, las hijas sienten una adoración natural por el padre. Lo ven como un héroe, poderoso, listo y protector. Y puesto que la hija necesita el amor de su progenitor, hará cualquier cosa, hasta la adolescencia, para llamar su atención y conseguir su afecto. De manera que un sano desarrollo de su sexualidad depende en gran medida de la relación con su padre. La masculinidad de éste la ayudará a definir y a clarificar su feminidad”.
En todo caso, hay expertos que aseguran que el papel de los padres en la educación de sus hijas decrece en un entorno en el que los medios de comunicación, y especialmente los audiovisuales, promueven actitudes y comportamientos que van en dirección contraria a lo que se las enseña en casa. Por eso, asegura Meeker, si se quiere proteger a una hija, “se debe limitar el uso de la televisión, de los vídeojuegos y de ciertas clases de música. Los padres deben conocer por sí mismos los programas que siguen sus hijos y la música que escuchan. Y si los encuentran perjudiciales, han de decírselo y explicarles las razones por las cuales se los prohíben. Muchos padres temen que sus hijas se rebelen si actúan de esta manera, pero lo cierto es que no ocurrirá así; más al contrario, se rebelarán si se las deja ver programas que contienen sexo y violencia. Hay que tener en cuenta que las hijas se sienten más amadas cuando sus padres les hacen respetar las normas”.
Alerta Meeker, en ese sentido, de algunos peligros de nuevo cuño y ante los que conviene estar vigilantes. Así, asegura la pediatra, lo que empieza en la pantalla de un ordenador puede convertirse en un problema. En consecuencia, los padres han de instar a sus hijas a tener relaciones reales en lugar de las electrónicas. “Cuando están cara a cara, las chicas hablan con más respeto. Además, se encuentran en una atmósfera que les da más confianza porque pueden ver la expresión facial de las personas con las que hablan y pueden oír su tono de voz. Cuando se envían correos electrónicos o cuando chatean, por el contrario, las chicas pueden sentir un falso confort, modificando así su comportamiento habitual hasta el punto de hacerse pasar por quienes no son. Una chica que sea tímida puede mostrarse más atrevida y decir cosas que no diría en persona. Muchas adolescentes se comportan de una forma muy seductora o utilizan un lenguaje muy sexualizado en Internet, algo que no harían cara a cara”.
La presión social para crecer rápido
Pero este cambio de roles es también producto de una frecuente presión social para que las niñas crezcan demasiado rápido. “Las empresas de ropa fabrican prendas sexys para niñas que tienen 7 u 8 años. Las chicas de primaria quieren comportarse como adolescentes. Ese ambiente es en el que viven, un entorno que las presiona para que lleven maquillaje desde muy jóvenes, para que sean muy delgadas y para que sean sexualmente activas. Eso es algo que los padres deben rechazar, procurando que, por el contrario, sus hijas se diviertan con juegos apropiados para su edad, que no lleven maquillaje demasiado pronto y que no se vistan con ropas provocadoras siendo niñas. Puede que se molesten, que digan que se las trata como si fueran muy pequeñas. Y es algo que también les ocurre a las quinceañeras, que pueden parecer físicamente muy adultas, pero que en su interior son muy niñas”.
Sin duda, uno de los asuntos que causan mayor inseguridad a los padres a la hora de abordarlo es el de la sexualidad. Éstos, según Meeker, deben mostrarse especialmente vigilantes para que las niñas no comiencen a salir con chicos y a tener vida sexual demasiado pronto. “El cuerpo de una quinceañera no está todavía preparado para el sexo. Su anatomía es muy diferente de la de una mujer de veinte años. Su cuerpo puede ser dañado más fácilmente y tiene mayor riesgo de contraer infecciones. Además, una vez que esté preparada para mantener relaciones sexuales, si se quiere gozar de equilibrio emocional, cuantos menos compañeros se tengan, mejor. Uno es el ideal”.
Según Meeker, no debemos menospreciar la relación entre las relaciones sexuales frecuentes y las depresiones que sufren los adolescentes. “Hay suficientes evidencias médicas de que la actividad sexual temprana, y especialmente en la adolescencia, eleva en gran medida el riesgo de caer en la depresión. Claro está, no todos los quinceañeros se deprimen porque han sido sexualmente activos y no todos los que lo son se deprimen, pero sí es cierto que el riesgo aumenta. Lo que debe tenerse en cuenta: en EEUU la depresión a esas edades es muy frecuente. Y uno de cada tres quinceañeros ha considerado la idea de suicidarse”.
Para Meeker, resulta imprescindible, para construir lazos sólidos, el diálogo con los hijos, pero más aún si son chicas, ya que éstas dan mayor valor a las palabras. Y es que “las chicas (y las mujeres) se unen a los demás mediante la conversación. Ellas usan más las palabras que los chicos, quienes se relacionan, sobre todo, mientras realizan actividades. En consecuencia, es importante para un padre pasar tiempo conversando con su hija. Los padres deben aprender a ser pacientes, a formularle preguntas y a aprender a escuchar con atención y sin interrumpir. Las chicas se relacionarán mucho mejor con los padres si se siente cómodas hablando con ellos”.
Pero lo esencial, lo que define positivamente la relación, es la calidad de los límites que se impongan. Es cierto, asegura Meeker, que “si los padres son estrictos sin mostrarse cariñosos, alienarán a sus hijos. Muchos padres se equivocan pensando que educan bien por mostrarse firmes y distantes. La verdad, en estos casos, es que muchos de ellos tienen miedo de acercarse emocionalmente a sus hijas. Y no deberían. Más al contrario, si un padre es demasiado firme, y no lo compensa con algo de diversión, de amor y de interés verdadero, se convertirá en alguien opresivo”.
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