El caso más representativo es el de niños malos, adolescentes de clase media alta que lo han tenido todo y que no reparan en ninguna norma, que cometen actos asociales (cuando no directamente delictivos) sin remordimiento alguno y que actúan como si lo único que contase en el mundo fuesen sus deseos.… Un conjunto de síntomas, afirman los expertos, que proviene de uno de los mayores problemas educativos de nuestro tiempo: como los padres no han sabido decir ‘no’ con la suficiente contundencia y en el momento debido, las vidas de sus hijos no han estado contenidas por los límites necesarios.
Quizá por la creciente exigencia laboral, por la incorporación de la mujer al mundo del trabajo o por la disgregación de la familia tradicional extensa, lo cierto es que la mayoría de los niños pasan gran parte de su día en manos de personas a quienes no les unen lazos de sangre. Y ese confiar sus hijos a desconocidos produce mala conciencia en unos padres que, se nos dice, compensarían su ausencia malentendiendo su función. Construir el afecto hogareño mediante regalos frecuentes o permisividades excesivas es uno de los errores más frecuentes.
. Según el psiquiatra Josep Cornellà, ex presidente de la Sociedad española de Medicina del adolescente, “los límites marcan un sendero a seguir, dan seguridad y libertad. Son como las señales que, en la carretera, te ayudan a conducir de noche. Si no existen, corres más peligro de salirte de la calzada si vas a cierta velocidad.”. Sin esas normas, asegura el psicólogo Antoni Talarn, profesor de psicopatología de la Universidad de Barcelona, los chicos terminarán encontrándose con problemas “como la depresión (por escasa tolerancia a la frustración) o las conductas psicopáticas (egoísmo, narcisismo, manipulación de los demás)”.
Caprichos y autonomía
Para evitar complicaciones psicológicas, los padres deben llevar a cabo una acción firme que evite “dar todos los caprichos a los niños, buscar la paz doméstica en base a ceder siempre o responsabilizar a los demás de los problemas que causa su hijo”. Pero, en el otro lado de la balanza, también deben permitirle cierta autonomía. Por eso, como recomienda Rigat, “no han de resolverle todos los problemas sin que él participe ni han de dárselo todo mascado. Deben permitirle explorar y equivocarse”.
En definitiva, es esencial que los padres sepan caminar a la par del hijo. Como subraya Cornellà, autor de Parlem de l’adolescència (Ed. CCG) una conducta sobreprotectora, “evitándole las malezas que debe recorrer en su avance hacia la madurez”, es claramente perjudicial. Pero tampoco deben caer en el abandono, “recogiendo lo que queda de él cuando vaya sucumbiendo ante las dificultades. Acompañar significa ir al lado de alguien, reconociendo que su experiencia es propia e intransferible y que sólo a través de ella podrá crecer”.
Una de las mayores amenazas que los padres perciben tiene que ver con la poco enriquecedora influencia que pueden ejercer los adelantos tecnológicos, caso de Internet o el móvil. Si bien los expertos aseguran que son temores en muchas ocasiones exagerados porque “no van a encontrar allí nada que no pertenezca al mundo real”, como afirma Talarn, eso no significa que los padres hayan de permanecer pasivos ante sus usos inadecuados. Más al contrario, “no debemos dejar a niños y adolescentes del todo solos ante las nuevas tecnologías. Así, no hemos de permitir su empleo indiscriminado y masivo ni fomentar el consumo compulsivo de las últimas novedades”.
Aunque debemos tener en cuenta que los nuevos medios pueden utilizarse en nuestro provecho, tanto para mejorar la comunicación en casa como para educar en el sentido crítico. Como apunta Cornellà, “imaginemos una serie nefasta que dan en televisión. Si padres e hijos la ven juntos y luego buscan argumentos a favor o en contra, estamos educando con los medios, por malos que parezcan. Lo que es mucho mejor que si el niño o el adolescente ven la serie solos, ante la tele de su habitación”.
Quizá por la creciente exigencia laboral, por la incorporación de la mujer al mundo del trabajo o por la disgregación de la familia tradicional extensa, lo cierto es que la mayoría de los niños pasan gran parte de su día en manos de personas a quienes no les unen lazos de sangre. Y ese confiar sus hijos a desconocidos produce mala conciencia en unos padres que, se nos dice, compensarían su ausencia malentendiendo su función. Construir el afecto hogareño mediante regalos frecuentes o permisividades excesivas es uno de los errores más frecuentes.
. Según el psiquiatra Josep Cornellà, ex presidente de la Sociedad española de Medicina del adolescente, “los límites marcan un sendero a seguir, dan seguridad y libertad. Son como las señales que, en la carretera, te ayudan a conducir de noche. Si no existen, corres más peligro de salirte de la calzada si vas a cierta velocidad.”. Sin esas normas, asegura el psicólogo Antoni Talarn, profesor de psicopatología de la Universidad de Barcelona, los chicos terminarán encontrándose con problemas “como la depresión (por escasa tolerancia a la frustración) o las conductas psicopáticas (egoísmo, narcisismo, manipulación de los demás)”.
Caprichos y autonomía
Para evitar complicaciones psicológicas, los padres deben llevar a cabo una acción firme que evite “dar todos los caprichos a los niños, buscar la paz doméstica en base a ceder siempre o responsabilizar a los demás de los problemas que causa su hijo”. Pero, en el otro lado de la balanza, también deben permitirle cierta autonomía. Por eso, como recomienda Rigat, “no han de resolverle todos los problemas sin que él participe ni han de dárselo todo mascado. Deben permitirle explorar y equivocarse”.
En definitiva, es esencial que los padres sepan caminar a la par del hijo. Como subraya Cornellà, autor de Parlem de l’adolescència (Ed. CCG) una conducta sobreprotectora, “evitándole las malezas que debe recorrer en su avance hacia la madurez”, es claramente perjudicial. Pero tampoco deben caer en el abandono, “recogiendo lo que queda de él cuando vaya sucumbiendo ante las dificultades. Acompañar significa ir al lado de alguien, reconociendo que su experiencia es propia e intransferible y que sólo a través de ella podrá crecer”.
Una de las mayores amenazas que los padres perciben tiene que ver con la poco enriquecedora influencia que pueden ejercer los adelantos tecnológicos, caso de Internet o el móvil. Si bien los expertos aseguran que son temores en muchas ocasiones exagerados porque “no van a encontrar allí nada que no pertenezca al mundo real”, como afirma Talarn, eso no significa que los padres hayan de permanecer pasivos ante sus usos inadecuados. Más al contrario, “no debemos dejar a niños y adolescentes del todo solos ante las nuevas tecnologías. Así, no hemos de permitir su empleo indiscriminado y masivo ni fomentar el consumo compulsivo de las últimas novedades”.
Aunque debemos tener en cuenta que los nuevos medios pueden utilizarse en nuestro provecho, tanto para mejorar la comunicación en casa como para educar en el sentido crítico. Como apunta Cornellà, “imaginemos una serie nefasta que dan en televisión. Si padres e hijos la ven juntos y luego buscan argumentos a favor o en contra, estamos educando con los medios, por malos que parezcan. Lo que es mucho mejor que si el niño o el adolescente ven la serie solos, ante la tele de su habitación”.
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