miércoles, 8 de julio de 2009

Psicoterapia y Espiritualidad - Ken Wilber [Psicología] - ebooks

Hola, Edith, adelante. ¿Te importaría perdonarme unos minutos? Acabo de recibir una llamada muy poco frecuente. Vuelvo en seguida. Luego fui al cuarto de baño, me lavé la cara y me miré en el espejo. No recuerdo lo que pasó por mi mente; pero entonces, como suele ocurrir en circunstancias similares, sencillamente me disocié y dejé fuera de mi consciencia la pesadilla que probablemente estaría aguardándonos en la consulta del médico[2]. Mi alma se cubrio con el manto de la negación, y arropado en el personaje de profesor -que engalané con una sonrisa de plástico- salí a reunirme con Edith.

¿Qué era lo que hacía que Edith resultara tan agradable? Supuse que tendría unos cincuenta años; su rostro era radiante y despejado, por momentos casi transparente y, sin embargo, suscitaba una impresión de firmeza, fortaleza y seguridad, de manera que su sola presencia despertaba confianza y parecía decir que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por un amigo y que lo haría encantada. Sonreía la mayor parte del tiempo, pero su sonrisa no era forzada ni tampoco parecía ocultar o negar el dolor; era una sonrisa que armonizaba perfectamente con todo su cuerpo. Parecía una persona muy fuerte pero sumamente vulnerable, alguien que seguía sonriendo aún en medio de la aflicción.

Mientras mi mente seguía encubriendo el posible futuro, me quedé impresionado -a decir verdad, por primera vez- ante la extraña aura que parecía haberse tejido a mi alrededor a causa de mi negativa a conceder entrevistas o aparecer en público durante los últimos quince años. Por mi parte, se trataba de una decisión muy sencilla, pero parecía haber generado mucho ruido e incluso había llegado a suscitar ciertas dudas sobre mi propia existencia.
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